El aroma del romero tiembla
entre los dedos, busca
reminiscencias de plaza y galerías.
San Telmo, callecitas empedradas
y los jardines de la Recoleta envueltos
en miradas prohibidas.
El aroma del romero salva
algún recuerdo que no deja irse
ni volver, cautivo de la sangre,
enredado en las bridas del viento.
Cuando lo siento en mí, de nuevo sueño
creo el cuento delicioso de ser libre,
me imagino el olor que nunca tuve,
las formas indecisas de la tarde.
Lo llevo disperso sobre las cosas que amo
amasado en mis manos, en lo que perdí y no vino.
Lo guardo en el pelo castaño de una duda,
en los ojos del ciego que me siguen,
en el alba que explota sobre un verso.
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