Si la tarde hubiera durado unos minutos más se lo habría dicho. El bajó la mirada y dio media vuelta. Atrás quedaba la razón de tantos ocasos. Sentada sobre la roca gastada, ella se dejaba llevar hacia el horizonte. Ni un beso, ni un suspiro que subiera por el hondo cauce de sus gargantas vacías. Se hizo la prosa del silencio, esa inagotada secuencia del amor, cuando fenece.
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