Tuvo que sufrir, maldecir, arrepentirse
retorcer las manos con dolor,
multiplicarse.
No puede explicar a nadie
la ausencia de ambiciones,
el grito asomando por sus ojos, sin refugio.
Y nadie allá, ni más allá.
Ni en los recuerdos
regresa algún pájaro perdido.
Entonces, escribirlo. Que es como decir desde las manos.
Y hueso a hueso
armar sobre la mente desquiciada
un par de atajos inocentes,
para que no huyan los brazos que nacieran.
Sí. Le duelen los dedos y las voces
y quizás, nada diga que resuene
fuera del címbalo vacío de su cuerpo.
JENIFFER MOORE
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