ni se oirán pasos que andan suavemente,
sólo el dolor agudo de la idea
fiebre que vuelve
como una rata hambrienta.
Y vendrán otra vez, todos los trinos
luz sempiterna de oración que salva
brizna sutil , rescatada del silencio.
JENIFFER MOORE
ni se oirán pasos que andan suavemente,
sólo el dolor agudo de la idea
fiebre que vuelve
como una rata hambrienta.
Y vendrán otra vez, todos los trinos
luz sempiterna de oración que salva
brizna sutil , rescatada del silencio.
JENIFFER MOORE
donde nacen las fuentes.
Oír las pocas palabras que aún nos quedan,
las despojadas del adorno inútil,
las que no brillan hasta ser alzadas al lugar que se les debe.
Entidades de absoluta belleza
resonando sublimes en el cosmos
como sagrado oficio
JENIFFER MOORE
Dama de la Palabra, brisa que sube
con sistemática insistencia
plena de cantos, melodiosa rima
surcando mar y cielo.
Dama de la Palabra henchida
en delicado vuelo,
quien cabalgue en su corcel de tinta
devela un mundo del que no regresa.
Silvina vuelve
amando a ese león dormido
que abraza a Buenos Aires,
y danza en el salón del puedo
vestida con los mismos miedos
que el Siglo le traía.
Hoy la brisa de un tango, el empedrado
la casona otoñal, su chimenea
Victoria que sonríe, sobremesa
de tanto almuerzo de Domingo y versos,
Borges y Bioy, el Sur y su tertulia
espejos inquietos y en el fondo un piano
acompañando la ficción del día.
Silvina que a la sombra de dos robles
bordó colores en la rosa
sobre el margen sutil de los cuadernos.
Llevo en la sangre tu olor a Buenos Aires
y una tropilla suelta por las venas
de mi Córdoba madre.
Traigo de ti, un murmullo que me obliga
a acariciar el lomo de la tarde
a la hora en que tu nombre me visita.
Más fuerte
que esas aguas con cuerpo de gigantes
peces de luz en los abismos
y montes escondidos.
Más fuerte
que la risa insolente del fusil asesino
y la historia sentada en cilicio y cenizas
esperando su hora.
Más fuerte
que el hambre y la duda,
desangelada sinrazón que dura
medio siglo de dogmas increíbles.
Más fuerte que el mar
que te lanzó con su brazo de arenas
a esta orilla del mundo, que no escucha.
Más fuerte
que el vientre que te trajo,
que la marea vespertina arrastrándote a las costas,
lacerando tu piel de oscuridades,
cuando ansiando llegar, acariciabas
el lomo del agua serpenteando.
Más fuerte
insisto,
es este instante de amor, ineludible.
JENIFFER MOORE
La ciudad nos habla. Pululan sus fantasmas,
golpean las ventanas sus angustias de roble,
las paredes ventilan sudores y decires
y sus calles enfermas necesitan volar.
La ciudad no se calla cuando le duele el alma
ni es hipócrita dama que pasa y sonríe.
Yo la he visto desnuda, quieta, absorta y rezando
Y la he visto danzando antes de que salga el sol.
La ciudad nos respira su dolor sobre el hombro
y su lágrima escueta nos implora perdón .
Cuál es su verdadera seducción siniestra
que nos sigue hacia el final del día?
La ciudad nos habla desde viejas paredes
vestidas por las sombras, pero nadie la oye.
Nos cobija y nos hiere con la misma sonrisa
y cumple con nosotros, cuando cae la lluvia,
su pasión ineludible de seguir guardando
la senda prodigiosa de los vivos.
Tuvo que sufrir, maldecir, arrepentirse
retorcer las manos con dolor,
multiplicarse.
No puede explicar a nadie
la ausencia de ambiciones,
el grito asomando por sus ojos, sin refugio.
Y nadie allá, ni más allá.
Ni en los recuerdos
regresa algún pájaro perdido.
Entonces, escribirlo. Que es como decir desde las manos.
Y hueso a hueso
armar sobre la mente desquiciada
un par de atajos inocentes,
para que no huyan los brazos que nacieran.
Sí. Le duelen los dedos y las voces
y quizás, nada diga que resuene
fuera del címbalo vacío de su cuerpo.
JENIFFER MOORE
Los puentes se alzan
se alargan, se extienden
la vida se mezcla
en azules y verdes
se ensanchan los pinos
las palmas se encienden
grietas en el alma
y tinajas de aceite.
Crecen girasoles
en el pecho del cielo
capturando el vuelo
insólito del ave
vuelve, siempre vuelve
el néctar primero
caen, siempre caen
las hojas del miedo.
Y en los dedos, ágil
la pluma, y el canto
anuda la gloria
al mástil del llanto
desde allí a los vientos
que empujan los mares
la barca llegando
entre los corales.
Jeniffer Moore
Cierra los ojos y viaja conmigo
bajo los acordes inefables de este piano
que desgrana para ti su melodía.
Que resbale por tu piel
la blanca espuma de sus notas
música que abraza tus oídos
y cae, inexorable
por tu cuerpo que vuela.
Porque eso somos
sobre este terrón de sacrificios:
soledad sobrevolando
los rumbos de un poema casi escrito
en la lengua y en el miedo.
Y hasta que llegue la hora de las estrellas
déjate llevar, idea y carne
en la danza sublime del que sueña.
Si la tarde hubiera durado unos minutos más se lo habría dicho. El bajó la mirada y dio media vuelta. Atrás quedaba la razón de tantos ocasos. Sentada sobre la roca gastada, ella se dejaba llevar hacia el horizonte. Ni un beso, ni un suspiro que subiera por el hondo cauce de sus gargantas vacías. Se hizo la prosa del silencio, esa inagotada secuencia del amor, cuando fenece.
Arriesgarse
a extender el horizonte que nos mira
creciendo árbol hasta ser cenizas
de una madera olorosa que no muere.
Y vislumbrar
en cada grieta del pasado una sonrisa
que nos llama al final de los recuerdos.
Aprehender
del oportuno sinsabor que trae
una pulgada mayor en el espíritu
y la arruga precoz que nos convierte.
Ser uno y solo
siendo también lo demás, que no se entiende,
hincado de rodillas y extendido
con brazo largo y verbo que no duerme.
Sube palabra ante la aparición del día
a la hora en que despiertan los corales.
Arena ilesa,
duermen los peces en la orilla,
duermen el día en que la sed no alcanza
a capturar el azul
corriendo entre las piedras.
Un puñado espeso de versos exiliados
escaparon a la angustia,
se vistieron
de hambre incontenible
y maduraron sin saber adónde iban.
Oh, inmenso, vestido de grandeza!
En la tormenta del espanto,
la luz del ángel resguardó su pecho.
Aún escucho el clamor en las espumas,
la embajada de paz de cien delfines.
Como un saco de huesos desvalidos
fuera de sí, ruina olvidada
traspuso las puertas de las aguas
sin permiso.
Pesó en la balanza cada lágrima.
Fue bautizado y volverá a su seno.
En la costa salitrosa y compañera
señal de pacto inalterable reaparece
a la hora en que duelen las palabras.
Por si tantos soles quemaran
los ojos de la memoria.
JENIFFER MOORE
Un gran amor de Otoño, que arda así
sobre la noche irresistible, hondo
en el pecho, sin sombras ni castigo.
Un gran amor sin ruidos, de luces encendidas
bocas apagadas sobre la piel que canta.
Con brazo sobre el hombro, conciliando
el alba y la tormenta que nos siguen.
Un gran amor aguamarina que sople su misterio
el beso, la caricia, aquella hoguera
alumbrando el atajo que no vimos.
JENIFFER MOORE