Friday, June 11, 2010

Lacustres



I

Esta, su piel de sombras
arco tensado
cuerdas que cantan.
Esta, su fiel mirada,
roca y ceniza.

Cien retamas alumbran
y en la orilla lacustre
el pez, de pronto, cede
inevitablemente
bajo la lanza de sus ojos.

II

Caza las estaciones
a golpe de cuchillos.
Aquel venado gris
quieto, en sus ojos
busca en el verde.
Y luego vuelve
sobre corcel de sangre,
oteando poder y auroras
como si fuera.

III

A su cuello abrazadas
plumas de cóndor.
Sobre la piel del lago
harta de sueños
un pez de oro
se apura y lo provoca.
Mira las aguas,
plato natural
donde recoge su comida.

IV

Ruge la noche
crepita el fuego.
El lago parece
una jauría de lobos
desahuciados.
Se desmelenan lujuriosos
los árboles sin flores
y  entonces, él
como si aquello fuera
otro estadio
de un sueño interminable,
entre las piernas de su hembra
guarda su escudo.

V

Abre su aurora
despierta lanza
ciego en el salto.
Debe cargar el hombro
con la fuerza del viento,
acariciar la espera
de ese hijo en el vientre.
Debe alcanzar sin prisa
a ser árbol que dance
en un día de lluvia,
 cruzar a la otra orilla
que lo mira, imposible.


VI

Gime la flora helada
sus árboles desnudos
y el indio aguarda.
¿Qué sabemos de ti
fiera y guerrero,
animal cuya furia hemos prendido
del asta fatal de las banderas?.

VII

Nos azotas con el borde
sereno de tu raza.
Somos como el humo
de una pipa maligna
que ha venido a soplar
sobre tus ojos.
Y la serpiente ríe
entre las piedras.

VIII

Del otro lado
frotas despacio
cuchillos de impaciencia.
Tus dioses te incitan
a atrapar el sol de mediodía.
Y más allá,
cosido con hilos de hierro
un saco de esperanzas
pierde su color bajo la lluvia.

IX

Después que el último hijo
asiente el pie sobre ese monte
tal vez sea tarde para evitar
la inútil compañía de las sombras,
el hedor de las venganzas
y los ojos perdidos de la muerte.

X

Entre nenúfares dormidos
la canoa  temblando se desliza.
Esos brazos de cobre
con su aguijón sobre las aguas
reman los días.
Su dios aún no ha despertado.
Y él espera
mil y una noche más
con sus días soleados
y su infamia.

JENIFFER MOORE