Wednesday, April 24, 2013

Ancile: ELOGIO DE LA DECEPCIÓN DE FRANCISCO ACUYO, POR EL ...

Ancile: ELOGIO DE LA DECEPCIÓN DE FRANCISCO ACUYO, POR EL ...: Tengo el placer de reproducir para los interesados, la presentación llevada a cabo por el catedrático y profesor Tomás Moreno, colaborador ...

Thursday, April 18, 2013

José Bullaude en Poetario. Me voy de viaje a la locura.




A los 93 años, con un cuento que recoge alucinadas vivencias de los treinta y en el más puro estilo de la literatura fantástica, el profesor y escritor argentino José Bullaude  nos captura con su narrativa lúcida, brillante y aún inédita. Es un placer para nuestro blog Poetario presentarles hoy, uno de los cuentos favoritos del autor, cuento que más de uno encontrará tan vívido que quedará pensando si realmente este relato fascinante es fruto de la imaginación o una vivencia extraordinaria que marcó la vida del autor. 



Algunas palabras sobre la primera versión

La primera versión de este relato, la escribí cuando tenía 70 años, apoyado en mis recuerdos y en treinta y dos páginas de apuntes que escribí un mes después de terminada la experiencia. Esta primera versión comenzaba así y quise rescatar esta primera reflexión de aquel momento.
“La experiencia, que voy a relatar, la viví en Córdoba, cuando tenía treinta años. Yo era joven, potente, feliz. Un joven audaz, necesitado de aventuras y experiencias extremas y también, soberbio. ¿Soberbio o egoísta? Ninguna de estas palabras expresaban lo que era, realmente”



Locura y Cordura

Ambas cosas, son una y la misma,
tienen nombres diversos al manifestarse
pero juntas constituyen el misterio,
misterio más profundo que el misterio,
puerta de acceso a toda maravilla.

Poema  atribuido a Farid-All-Din
Místico derviche y poeta persa que vivió entre 1200-1280



ME VOY DE VIAJE A LA LOCURA
Segunda versión

A los 93 años, leo lo que afirmaba ese joven de 30, que se llevaba el mundo por delante y que, empedernido buscador de aventuras, transitó permanentes caminos de peligros. Siento por él, una cierta simpatía nostálgica.
Me cuesta pensar que ese joven fui yo. Y sin embargo lo fui. Veo que, como se dice ahora, tenía la “autoestima” muy alta. Pero,  no puedo dejar de revelar una verdad profunda. ¡Cuánto no daría yo por volver a vivir por lo menos una de las tantas aventuras peligrosas que viví en mis 30 años!… y han pasado ya más de 60.
Estimado lector y amigo, la nueva versión que te ofrezco a los 93 años, distinta a la anterior, comienza así:

II

En esa mañana, del 15 de Enero de 1949, el día en la ciudad de Córdoba era de un cielo azul espléndido, paradisíaco.
Julio, de 40 años acompañándome, resignado, pero alerta. Yo de 30, eufórico y atropellador. Nos encaminábamos hacia mi departamento en las afueras de la ciudad.
Traerme una botella de un litro de leche todos los días se había transformado en una obligación para él,  y cuidarme de todas mis locuras constantes. Era mi hermano mayor.
Al llegar penetramos por un largo y oscuro zaguán. Al final me entregó la botella de ese día, nos abrazamos, me dijo:
_ Hoy cumplís 30 años, cuidate._
_ Gracias hermano, me voy a cuidar._
Él y yo sabíamos con toda certeza, que al terminar la experiencia yo podría ser como un sabio,
 medio loco, tal vez desquiciado o estar definitivamente muerto a causa de algún infarto o una autoagresión sin causa conocida.
No queríamos hablar de eso. La insistencia de Julio chocó contra la dureza de mi decisión de llevar la experiencia adelante. 

Caminando sobre un piso de mosaicos, entre paredes viejas que conducían a un antiguo y amplio departamento, me sentí entrando a una cueva. En cuevas nacieron y fueron enterrados héroes y dioses. Cristo nació en una cueva donde estuvo el pesebre y lo enterraron en una cueva de la cual resucitó. La cueva, además, es un regreso al vientre materno, donde es posible nacer de nuevo, ya sea creando una nueva vida o renovando la del que ingresa. Ingresar a la cueva puede ser, simbólicamente, volver al origen de todos los orígenes.
Llegué al amplio comedor. Libros en el piso, sobre la mesa más libros y una máquina de escribir. La mesa antigua para doce personas. A un costado, una puerta comunicaba el comedor con un largo pasillo, al que daban cuatro dormitorios en fila. Yo me fui al primero y me acosté.
Allí evalué lo que me esperaba. Al irse, Julio desconectó la energía eléctrica. Las ventanas, totalmente cubiertas, generaban una oscuridad permanente. Al departamento aislado, no llegaban ruidos externos. Estaba sólo y en la oscuridad, alimentándome solamente con  un litro de leche por día,  y agua.


Paisaje conocido

Rápidamente cesó el internalizado transcurrir de días y noches. Como consecuencia de ello, ocurrió lo que yo esperaba y conocía: pérdida de la diferencia entre día y noche. Además, pérdida lenta del límite entre el sueño y la realidad.
Cuando estaba soñando, abría los ojos y lo que soñaba continuaba. Yo sabía que estaba despierto, pero los personajes seguían afuera, hasta que aparecía alguna pared y despertaba.
 A veces las paredes ondulaban. El techo descendía hasta la altura de mi cabeza. Otras veces, me dormía caminando y al chocar con algo, me daba cuenta que estaba durmiéndome: pero no obstante podía diferenciar entre el sueño y la vigilia.
En la oscuridad total percibía los objetos con bastante precisión. Aún los más pequeños, pero no tenían color.
Como dato curioso, de vez en cuando toda la escena se teñía de azul, un azul intenso, poético. Con frecuencia ocurría que  las escenas cambiaran al azul y luego volvían al gris.
En uno de esos momentos oí ruidos raros en el pasillo. Me asomé.  Desde el primer dormitorio, vi venir hacia mí algo insólito. Lo esperé en mi puerta. Un armadillo, comúnmente llamado mulita, de gran tamaño. Avanzaba resbalando sobre el mosaico, a causa de sus uñas. Me emocionaba su mirada. Me acerqué, le toqué la piel ósea, acaricié sus pelos como alambres. Ese monstruito, sobreviviente prehistórico, se enroscó sobre sí mismo como un ovillo y luego, el ovillo se transformó en una boca amenazante, abierta y desapareció.
Quedaron sus rasguños en el piso de mosaico. La oscuridad permitía ver el diseño de la marca, pero no su profundidad. Con el tacto comprobé las hendiduras en el mosaico. Me inquieté.

III

Un frente de tormenta

Entonces me asaltó una duda. Lo que está ocurriendo está más allá de lo que yo había previsto. ¿La mulita es solamente producto de mi fantasía? Es probable. No así, los rastros en el mosaico.
La duda fue creciendo y se transformó en dilema. El dilema, con sus dos partes opuestas y excluyentes, presionaba sobre mí, planteándome la posibilidad de suspender la experiencia.
Pero, ante la extrema presión, razoné: ¿Es suficiente que el armadillo dejara rastros hundidos en el piso para suspender la experiencia? Me hundía cada vez más en un pozo del que no podía salir.
La búsqueda de lo esencial me dio la salida. Efectivamente, lo esencial para esta experiencia no era que el armadillo dejara o no rastros. Lo fundamental era la experiencia, lo demás. sólo accesorio.
Me tiré sobre la cama y me quedé dormido, porque lo que recuerdo es que tuve lo que llaman un “desdoblamiento”.  Desde arriba, me vi inmóvil en la cama. Pensé: ¡en este estado puedo irme de la vida y puedo volver a voluntad! ¿Irme? De ninguna manera ¡No quería  irme!

Mi cuerpo se sacudió y dio un brinco, como si hubiera recibido un golpe eléctrico de quinientos voltios y desperté. Me levanté aturdido, pero sabiendo que lo fundamental era continuar la experiencia. Y los rastros del armadillo en el mosaico, secundarios.

Equilibrio

Para cambiar de ambiente fui a la cocina. Cuando entré, todo era paz. Un hermoso caracol marino, de unos quince centímetros de diámetro, estaba en la pileta. Mientras trataba de recordar su simbología, escuché de su abertura el oleaje y el ruido del mar, muy suaves. Puse el caracol en la palma de mi mano. El sonido del oleaje aumentó y fue acompañado por el olor del mar.
Para  el Islam el caracol marino es el oído capaz de percibir la voz de la divinidad. El sonido del mar y su olor llenaron la cocina. Para el Hinduismo, del caracol marino salió la sagrada palabra OM… El oleaje estaba dentro de mi cabeza. El OM vibraba como cuando creó el cosmos. Había trinos y cantos de pájaros raros, no conocidos. Sonidos de mares remotos, voces, idiomas extraños. Mi cuerpo entero iba y venía con el mar. El sonido, el olor, las voces me estaban transformando.
Luego. el OM fue diluyéndose con las escamas del caracol. El tiempo eterno y el espacio infinito, desapareciendo.  El OM generador del cosmos, tiempo eterno. Espacio infinito.
Descubrí que la cocina, de los tres espacios  de la casa, era el lugar donde se daba el “equilibrio”, esa unión de los opuestos excluyentes en una unidad armónica,  homeostática,  donde cada uno de los opuestos tiene parte del oponente en él. Y apelando a esa parte del otro, el equilibrio de los opuestos excluyentes integra así, la unidad.  
Como flotando en el tiempo eterno y el espacio infinito, diluyéndome en paz, me dirigí al comedor.
Desde mis 93 descubro, más de 60 años después, que recuerdo perfectamente las sensaciones de esa experiencia. Pero sólo las puedo re-memorar, no  re-vivirlas. ¡Qué no daría ahora por volver a vivir esa hermosa experiencia de la cocina!


Un vago que busca aventuras

Sin cuerpo y sin peso, como fluyendo en el aire, entré al comedor. Sentí un golpe en el pecho. Una mirada fría de alguien escribiendo en mi máquina. Súbitamente, mi cuerpo ingrávido, adquirió el peso del plomo. Me era imposible mover las piernas, que antes eran como alas y ahora estaban pegadas al piso.
La mirada que me golpeó era de un anciano que escribía en mi maquina. Él era de cabellos oscuros mezclados con canas, delgado, algunas arrugas en las mejillas, tez cobriza, frente amplia y saliente, movimientos lentos pero seguros. Su mirada, imantaba a pesar de ser fría.
_ No puede usar esa máquina_ le dije con una voz que apenas me salía.
Él me contestó con voz potente y despreciativa, que hacia vibrar el ambiente. Movía los labios, pero su voz brotaba de las paredes, envolvente.
_ Estás escribiendo superficialidades, experiencias  basura, no tienen vida creadora, son  de un tipo que no ha sufrido hasta conocer el sentido definitivo del vacío, de la nada absoluta. Sos un  vago que busca aventuras. ¡Imbécil!, vivís enfrentando la muerte, en permanente peligro. ¿Y la vida, qué significa para vos? Yo estoy dejando un mensaje para la humanidad._
Sacó el papel y dudó si dejarlo sobre la mesa o bajo la máquina. Al final lo arrugó y lo tiró en el papelero. Su gesto era definitivo, tranquilo, como si su cuerpo fuera movido por una fuerza mayor, de la cual era parte. Después, desapareció.
No entendí del todo lo que el viejo me quiso decir. Pero, la mirada punzante  y sus palabras fuertes como martillazos, agrietaron mis convicciones y creencias. Este viejo me movió el piso.
Muchos años más tarde, cuando mi energía vital declinaba, estuve en condiciones de entender.
Y entendí, lo que aquel viejo quiso decirme. Nacemos y caminamos hacia la muerte y vos no hiciste otra cosa que pelear contra ella.  Pero la vida es más que eso y está hecha de innumerables experiencias. Vos estás ocupado solamente en una: vida-muerte.
_¡Pero, imbécil! ¿La vida dónde está? _ Me dijo. _Esa vida llena de belleza, de dolor, de hallazgos y desencuentros, no la estás viviendo. Vivir para la muerte solamente, es perder la vida, despreciar la oportunidad que te dan. ¡Imbécil,  deja de hacer locuras!_

Evalué lo que ya había pasado y el estado en que  me encontraba: la debilidad, la irritación ante cualquier pequeño estímulo, la falta de fuerza para aguantar las agresiones emocionales.
Me puse a pensar: quizás ya llegó el momento de suspender la experiencia.
Más de lo necesario, me perturbó eso de vagos que buscan aventuras. Golpeó mi soberbia.
_ ¿No será que estoy haciendo todo esto, solo por aventura o soberbia? ¿Por egolatría?  Pensaba frente a la máquina de escribir, cuando escuché en el pasillo ruidos tan fuertes que me llegaban aun con la puerta cerrada. Eran gritos, insultos, carcajadas, llantos, pedidos de auxilio, risas, gemidos.  Estaba invadiéndome el pánico, cuando sentí que una mano me tocó el hombro y me dijo:
_ No seas cobarde, se terminó la actuación. Ahora es en serio_


Fuertes turbulencias

La palabra cobarde me pateó en lo profundo. ¿Cobarde, yo? Planté con fuerza los pies en el piso, me levanté, fui hasta la puerta del pasillo. Me temblaban las manos. Con un coraje, que no tenía, pero que mi soberbia me prestaba, abrí la puerta, vi lo increíble y terminé de quebrarme: un hermoso cuerpo de mujer que avanzaba imponente y sensual desde el último dormitorio. Me temblaban las piernas, las manos y me castañeteaban los dientes. No podía controlarme.
Esperé,  atrapado por la sensualidad caliente del hermoso cuerpo de mujer.   Y llegó ella. En cada uno de los pies tenía una cabeza, que con cada pisada gritaban de dolor, insultando. Las manos, cada una con una cabeza, hablaban: mientras una reía a carajadas, la otra lloraba. En el pecho, otra cabeza, que parecía manifestar el dolor de la humanidad entera, pero cantaba canciones de cuna. 
  En el ombligo una cabeza de alguien obeso, que no paraba de rumiar. Y sobre el cuello no había ninguna cabeza.
Para no desmayarme, opté por volver corriendo al comedor y cerrar la puerta con llave. Me acosté en el piso, traté de relajarme, necesitaba recomponerme. Estaba destruido, pensé seriamente:
_ Si esto sigue, no regreso. Tal vez sea para siempre. ¿Qué voy a hacer?

IV

Punto de no retorno

Fui a la cocina, ambiente de paz. Me recobré algo y volví. No podía no volver. No podía.
Tenía la sensación que detrás de la puerta estaban ellos esperándome. Por debajo de la puerta fluía el agua a borbotones con  perfumes de rosas, jazmines y lavanda. Agua pura.
Luego, se transformaba en  fango y materias en descomposición, un mal olor empezó a inundar el ambiente. Enseguida fue agua de mar, pero estancada. Y a pesar de que salía gran cantidad de agua, el piso no pasaba de sólo unos tres centímetros de líquido. Lo notable era que yo caminaba en ese líquido y no me mojaba.
Aguanté todo lo posible, pero al fin, no pude resistirme y abrí la puerta.
Se me tiró encima. Las cabezas de abajo me mordieron los tobillos, la cabeza de una de las manos, a mordiscones me destrozó la camisa. La otra me lamía la cara. Me estaban ahogando. Hice un gran esfuerzo y zafé de las manos-cabezas. Sacudiéndolas bruscamente del pelo, logré que las de los pies, en un grito, me soltaran  los tobillos.
Di  la vuelta  y corrí, hasta lograr cerrar la puerta detrás de mí. ¿Había llegado el momento de la gran decisión? Mi cuerpo y mi cansancio querían terminar pero estaba atrapado y quería continuar a pesar de todo.

Las mujeres. Sí, siempre las mujeres. Estaba atrapado por ellas. Cada una con lo suyo producían en mí, atracción y rechazo, pero con la que estaba unido como la hiedra y el muro, fue con la triste que cantaba canciones de cuna. Su voz y su canto fueron aprisionando mi cuerpo y mi ser. Su tristeza subiendo en canciones antiguas, resucitaron mi infancia y fue hilvanando toda mi vida. Yo me sentí su hijo. Nutrido por su voz y su seno. El universo y yo estábamos transidos de ternura por esa madre de amor musical.  Fui su hijo y también su padre. Hubiera querido poner el mundo a su servicio para que ella no sufriera por una humanidad fatalmente perdida.


Aproximación anulada. Preparando el regreso.

Para reponerme y atormentado por la duda me dirigí al zaguán a buscar la botella de leche. Arrastraba los pies,  mareado. En el vestíbulo del departamento, me encontré con Julio, tanteando en la oscuridad. Me llevó hasta el zaguán. Me mostró siete botellas de leche llenas. Y me dijo:
_ Hace por lo menos una semana que no te alimentas y veintiocho días que estás encerrado. Hermano, estás loco, esto se terminó._
_Yo sentí que me moría, me di cuenta que él quería interrumpir mi experiencia.
_ ¡No Julio, yo soy el dueño de mi vida! No tenés ningún derecho._
_ Derecho o no, te voy a sacar de acá porque estás loco y te vas a morir de hambre. Yo no quiero ser cómplice de un suicidio_
Me llevó a los empujones hasta el comedor, me sentó en la silla y dijo:
_Contame qué pasa_
Le dije todo.
Fue terminante.
_ Son ideas que están en tu cabeza. No existen en la realidad, te has fabricado un mundo que no es real. Voy a hablar con esa mujercita de las cabezas._  dijo con desprecio.
 Se fue y volvió.
_ No hay nada_ me dijo.
 Yo contesté:
_ No. No. ¡No es así! Vos no podés ver lo que yo vi, porque no hiciste lo que yo hice_
_ ¡Claro, no estoy loco! _  y me llevó casi arrastrando a la puerta cerrada_  Mientras íbamos caminando, yo pensaba: este pobre infeliz hermano mío viene con esa estupidez que él llama realidad a sacarme de esta maravilla que es lo más  importante que viví en mí vida. Maravilla que existió mucho antes y existirá mucho después, de su pequeña y  pobre realidad.
Con lástima pensé: Pobres seres sensatos, duros y rígidos, que desprecian a los locos. Pobres mediocres, incapaces de  vivir la bella armonía oculta en un instante de caos. Porque no pueden abrirse a lo distinto, incierto y maravilloso. ¡La realidad, la realidad!, ¿quién sabe qué es la realidad? Eso que llaman realidad no existe, esto sí es real.
_ Vamos_  dijo.
 Recorrimos todo. Sólo estaban las raspaduras de la mulita en el mosaico y unas hebras de cabello sobre mi cama.
_ Esto no es ninguna prueba de que lo tuyo sea realidad, dijo mostrándome los cabellos. Con la cantidad de mujeres que pasaron por esta cama… ¿Pruebas, estas hebras? ¡No hermano!… ¡A mí no!_
A las raspaduras en el piso no les dio ninguna importancia y en cuanto al papel escrito en el papelero, la miró y me dijo:
Estos garabatos los puede hacer cualquiera. Y sin más, dio por terminada la exploración.

V

Hágase la luz

Julio inició luego el fin de la experiencia. Salió a conectar la electricidad y al volver me dijo:
_ Hay que tener cuidado, te puede hacer mucho daño, voy a encender la lámpara de la cocina. El lejano reflejo me perforaba los ojos.
_De a poco te vas a acostumbrar_
Julio se ocupaba de mi regreso a la normalidad. Yo, sentado al escritorio, recordé a la mujer. Las cabezas de las manos, eran las de una mujer blanca y rubia de cabello lacio y la otra, un varón negro de pelo enrulado. En los pies, las cabezas eran de un hombre y una mujer también blanca ella y negro él. Cabezas de personas animalezcas, pura carne. En el pecho, una mujer de permanente llanto, muy triste, entonando canciones de cuna. Por momentos como una madre universal que musicalizaba amorosamente su entrega a la infancia humana. Y por momentos, como una pitonisa que lloraba por el futuro de esos niños a quienes les cantaba. Y en el ombligo una cara redonda de persona de obesidad mórbida, que no paraba de rumiar. Entre las piernas colgaban tambaleado, los genitales. Se transformaban, por momentos,  vulva y por momentos, pene.
Cuando escapé del abrazo, alcancé a oír que las cabezas de las manos me pedían por favor que las salvara. Y era el único que las podía salvar de la situación en que estaban.

Cuando se lo conté a Julio, él respondió sacudiendo la cabeza.
_ Vos siempre el mismo, ni en la locura vas a cambiar, estás enamorado de una mujer rara, como siempre.
_Claro, ¡para vos la mujer es solo tetas y culo! Ésta no solamente es rara, es un ser simbólico. Todo esto figura en los diálogos de Platón_
_ Por favor deja a Platón en paz y no me vengás con historias! En tu locura te enamoraste de un símbolo_

_ ¡Sí, y qué símbolo! La de los opuestos básicos de la humanidad: varón-mujer. Blancos-negros. Manos inteligentes y activas a la vez. Corazones altamente emotivos. Piernas potentes y todas estas partes con expresión propia, mostrando los secretos primeros y últimos del ser humano. Además, la cabeza unida a la bipolaridad de las manos: la cabeza deja su posición de conductor, alejada de la acción y se pone a actuar, desde los hechos y no desde su torre de marfil. Y muchos más de estos símbolos que tienen…
_ Sos joven_ interrumpió vivamente Julio_  y tenés muchos años de vida por delante. Te sobra tiempo para interpretar los símbolos. Pero estando loco no podés hacerlo_


¡Hamlet, por favor ayúdame!

Mis amados símbolos, estando loco puedo vivirlos. Pero en la cordura, solamente los interpreto. Al final de día, ha ganado la cordura, ha triunfado La Interpretación. Gracias hermano por salvarme de lo que nunca llegarías a entender.
Julio me acompañó hasta el día siguiente y cuando estuvo seguro que ya no tendría más recaídas, se despidió.
_Vuelvo esta noche_
Julio tenía convicciones sólidas como la roca. Para él “la locura es la locura. La cordura es la cordura. Y punto”.
Como a mí me interesaba la ciencia, muchas veces le contaba de mis estudios, en especial sobre los avances de la física cuántica, la crisis del positivismo y el determinismo. La crisis de la certeza absoluta. Y la probabilidad como criterio, muy importante.
Todo esto le sonaba mal. Me escuchaba por respeto, pero con mirada incrédula y a la vez compasiva. Después,  terminaba diciendo:
_Sí,  José, lo que decís es interesante. Pero “la cordura es la cordura. La locura es la locura. Y punto”.

Hoy, desde mis 93 años, en un mundo totalmente cambiado y con la certeza positivista en crisis, creo que el pensamiento de piedra de mi hermano me salvó. Pero esa piedra congeló gran parte de su vida.


Bienvenidos a la realidad

Al mediodía salí a caminar.  A una cuadra, me encontré con la hija de un gran amigo. Le dije, sin poder evitarlo:
_¿Por qué abortaste ayer?_
Ella, espantada, pegó un grito y echó a correr.
Me di cuenta que tenía una capacidad para-sensorial que no podía controlar. Estaba todavía en un tiempo sin tiempo, volviendo a la realidad. Volví a mi departamento, me quedé dos días más y luego lentamente fui regresando al mundo de lo concreto.

En cuanto al papel con garabatos que estaba en el papelero: un profesor de sánscrito me dijo:
_ Está escrito por una persona que recién está aprendiendo a escribir en sánscrito, por eso no se entiende bien la escritura_
Y en cuanto a los rasguños en el mosaico del dormitorio, recibí varias y distintas explicaciones. Todas poco convincentes.


Prof. José Bullaude
Buenos Aires. Argentina





El Anuncio - Cuento por el Prof. Jorge Estrella (Tucumán, Argentina)




El Anuncio

Hay un horizonte de páramo en esos lugares. La mirada se pierde en una arenisca salitrosa donde el viento arroja sus trompos de remolino. El prolijo curso de la Luna, el Lucero y toda la arboladura nocturna que los entorna, no deja dudas de su trazo: ningún perfil de bosques, montañas o nubes perturba aquí la visión cabal de aquella huella en los cielos. La extensión no tiene adversarios en esta tierra plana. Sólo un ánimo recio o familiarizado con ese vasto desierto puede transitarlo sin encogerse. El pavimento se remonta al horizonte y es un punto en fuga, una línea de esperanza, el único nervio de tiempo que puede sacarlo a uno de esa eternidad. Venía conduciendo más de seiscientos kilómetros, el día había quedado atrás. Con ese estado de alerta que el pavor cósmico despierta, demasiado apretadas las manos en el volan­te, atendía los rumores lejanos que envuelven a la noche. La Luna había remontado su cielo desde hacía un par de horas y testimoniaba la planicie blanca, sin bordes. Hubo el grito de un pájaro y enseguida su vuelo fue visible por un momento en la luz del vehículo. Hubo también el anuncio de una curva drás­tica, de esas en forma de zeta que suelen anticipar el cruce de una vía ferroviaria. Y ahí mismo, pasado el cartel, arrimándose hacia el centro de la ruta, una mujer sola abría los brazos en alto pidiendo ayuda. Veía su figura mientras frenaba. Y alcan­zaba a distinguir el trote decidido con que se acercaba al auto. La aparición no guardaba motivos visibles con ese entorno. Bien vestida, aunque con ropas ligeras para el frío de la noche, dijo claramente junto a la ventanilla
_ En unos quinientos metros más encontrará un accidente._
_ ¿Qué pasó?_
_ Hubo un vuelco en la curva que viene en dirección contraria. Todos los ocupantes del auto están muertos._ 
Su rostro estaba lívido pero sereno y poseído de una tenaz decisión. Recogió su cabello largo que el viento arremolinaba sobre su cara, mientras se inclinaba sobre la ventanilla del auto para hacerse oír mejor. Era joven, rubia, vestía bluejeans. Un pañuelo oscuro le rodeaba el cuello.
Traído a la realidad tan bruscamente, el paisaje desapareció y dejó lugar al drama y a la aflicción.
_ Suba señora. La llevo hasta el auto y vemos ahí cómo ayudar. _
_ No, yo iré hacia el sur. Ahora escuche bien: Todos han muerto salvo un bebé. Por favor sálvelo, llévelo. _
_ ¿Un bebé? ¿Por qué no viene conmigo? ¡Espere! _
Y no se la vio más, había tomado la dirección contraria, la planicie la había absorbido. El vehículo inició la marcha como decidiendo por sí. La curva era muy pronunciada y eso alcanzó a distraer un instante la atención. La tragedia anuncia­da le daba al camino una expectativa nueva. Pero no hubo que fijarse demasiado, porque apenas pasada la primera curva, cruzada la vía férrea, apareció bajo la luz de los faros y de la Luna el auto tumbado. Estaba sobre el arenal, a unos quince metros del pavimento, uno de sus faros encendido aún, el otro roto. Detenido el vehículo, abierta la puerta, afuera el silencio parecía instalado para siempre.
Con el techo contra el suelo, el auto accidentado tenía la puerta del conductor abierta, y también una de las puertas traseras. El conductor estaba en su lugar, quieto, muerto. Al rodear el auto podían verse dos cadáveres más, uno aplastado a medias por el mismo vehículo, el otro dentro de él. Aún había un leve polvo en la atmósfera, casi una niebla que aureolaba a la Luna.  La enormidad del paisaje recuperaba su presencia en el ánimo, en el silencio. Hubo un ruido impreciso y luego el amago de un llanto y después el llanto entero. Distante unos ocho metros del auto tumbado estaba el niño. No tenía el año aún. Junto a él había una mujer, también muerta, seguramente su madre. Los bluejeans, el largo pelo rubio, el pañuelo oscuro en el cuello, su blusa ligera, quedaban en este mundo.


Prof. Jorge Estrella
Yerba Buena, Tucumán.
Argentina


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