Miami es una certeza dorada, entre delfines,
lagartos al sol y confiadas palomas.
Limpia, como el ojo cristalino de la mañana.
Es una bella canción ejecutada
por la orquesta magistral de muchas etnias,
la cosecha amarilla de un planeta de girasoles.
Miami sube y baja pedestales
construídos con alas, en el aire
y sangre que llora, envejecida.
Artífice de sus propios desvelos robados al pantano
tiene ojos en todas las ventanas
y manos multiplicadas entre lágrimas.
Suda nostalgia y sueños por los mismos poros
y el águila que la guarda es más que generoso.
Ella ama la causa por la que sus hijos luchan
y no olvida el arco migrante en sus espaldas.
Miami ensancha el muro potente de su pecho
cada vez que Natura sopla en su garganta
la furia de cien trópicos girando.
Luego vuelven, los sueños esparcidos
a madurar, reunidos en concierto
bajo la grata sombra de los flamboyanes,
aguardando el día que todos esperamos.
JENIFFER MOORE
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