Aunque haya perdido y ya no encuentre
la llave de la risa
el caminar pausado de una garza al sol de mediodía,
y los granos sean escasos
en el campo y en la criba.
Aunque el viento se haya ahogado lentamente
en su carrera feroz y vuelva solo
sin un pájaro montado en sus espaldas.
Aunque llueva cien veces hielo y fuego
en el mismo lugar donde camino
y no me entere
si la flor sobrevivió desnuda,
si la corteza fue el abrigo suficiente
y si la noche estrelló de pronto
su faz inexplicable.
Sé que la voz de la Palabra vive
y sigue así, incondicional y bella
mostrándose en la gastada piel de un lápiz terco,
en los ojos húmedos de estío y miel,
lamiendo heridas de todas las edades
de todas las lenguas,
ignorando como siempre, el oro, las barbas y las botas
muriendo en cada pueblo desangrado
y renaciendo en ojos que perdonan,
con la única ambición desmesurada
de inundarnos de luz
hasta que veamos, al fin, en su belleza.
JENIFFER MOORE
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